La organización culpa a la Junta de Acción comunal del barrio Los Ángeles y al Código de Policía, otros al Alcalde Federico Gutiérrez, unos más a la falta de organización de los mismos gestores del festival… Lo cierto es que ante todos los pronósticos el Antimili Sonoro 2017 sí se pudo hacer y fue en acústico.
Por Alexander Múnera Restrepo // @AlexanderMunRes
“A las once de la mañana llega Federico sin avisar y dice bajen tarima que en este parche no van a tocar”. Cantó 1910 al estilo carranga ante un público punkero, rapero, roquero, contracultural y libertario, que a pesar de no tener tarima, se concentró desde las 10 de la mañana en el Parque Obrero de Boston para celebrar la vida en el marco del Antimili Sonoro 2017.
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A lo largo de la historia, a este festival insubordinado y desobediente, lo han querido callar desde muchos poderes; pero bien sea en Medellín o Bogotá, nunca lo han podido hacer y desde 1989, muchos jóvenes le dicen no a la militarización de sus territorios y se niegan, entre otras cosas, a prestar servicio militar.
Este año se había anunciado con unos dos meses de anticipación la nueva edición para Medellín, muchos estábamos contentos de que el evento volviera a la ciudad; sin embargo, con lo que no se contaba, era con el “nuevo” Código de Policía, un documento que todos estamos en mora de leer y comprender, ya que son varios los conciertos que no se han podido llevar a cabo por desconocimiento de este o por falta de algún documento que el mismo exige.
José David Medina, director de Patio Sonoro, gestor cultural y cofundador del Atimili junto a la Red Juvenil, publicó en redes sociales: “[…] el código es muy estricto y limita demasiado, entró en vigencia hace un mes y por otro lado, la Ley de Espectáculos Públicos exige muchos trámites y permisos. Muy complicado si se suma a una administración como la actual”.
Todos parecían echados a la pena; pero llegó la luz de pensamiento y cayeron en cuenta ¿Por qué hay que pedir permiso para habitar la calle? Eso fue lo que se hizo entonces, se recreó una de esas escenas que tanto hemos visto por ahí, cuando un grupo de amigos (a lo mejor muchos de los que tocaron) se sienta en las aceras de los parques y barrios para interpretar una guitarra y cantar canciones.
La diferencia aquí, fue que, aunque hubo mucho de espontaneidad, el encuentro traía un trasfondo algo más serio y no eran cuatro o cinco personas alrededor de un instrumento, fueron entre 100 y 150 (tal vez más) jóvenes sentados en los andenes, sillas y jardines de todo el Parque Obrero, mirando varias de las bandas y colectivos escénicos que estaban invitados a participar con su arte en el festival y que lo pudieron mostrar gracias a un bafle y un micrófono con los que se pudo emitir, entre otros mensajes: “No hay tarima pero hay antimilitaristas”.
Así que se cantó, se bailó y se actuó. El Antimili Sonoro volvía a Medellín en acústico, con un letrero en papel periódico que exponía el nombre del evento y muchos jóvenes acompañando la causa. Y como la hostilidad se combate con educación, estos mismos jóvenes que fueron vistos como hostiles y desordenados, se hicieron responsables de sus consumos, recogieron todo, entregaron lo prestado y se fueron pensando en la versión 2018 del festival, ojalá esta vez con escenario y un poco más de gente.