De izquierda a derecha: Tino (Q.E.P.D), Memo (mi tío), Jhon Fredy (mi hermano), Santiago y Juan Diego (su hijo menor y nuestro primo). La foto es de la previa del campeonato que ganó el DIM en 2016-I.
Un carta de despedida para un ser amado que me tomó de la mano y me enseñó a escuchar música colombiana.
Santiago Arango Naranjo // @santiagocancion // 18 de septiembre de 2018
Eran las 9:17 de la mañana del 17 de septiembre de 2018 y luego de contestar el teléfono, supe que Tino jamás volvería a sostener una copa con ese guitarreo de fondo por el que siempre brindábamos con él:
“Aunque me cueste morir,
no dejaré la bebida
porque una pena de amor
me quiere quitar la vida”.
Sí, mi tío Constantino Naranjo Duque “Tino” había fallecido por un infarto; su majestad la muerte aplicó sin anuncio su letal poder.
La noticia me golpeó cual puño en seco para quien no busca pelea y me transportó a un déjà vu atestado de imágenes disparadas a la cabeza.
En cuestión de segundos lo recordé en muchas situaciones que hoy comprendo son un testamento de la mente:
En pantaloneta tomándose el arranque: el aguardiente mañanero en un paseo familiar despuesito del desayuno; de su baile paseadito con la mano de Bertha su esposa amarrada a su pecho; practicando fútbol con sus ex compañeros de trabajo -donde nos llevaba para reforzar con sangre joven de Nico y Juan Diego, sus hijos, y también de nosotros sus sobrinos-; me acordé de la bufanda del Barcelona enrollada en el cuello mientras jugábamos guayabita apostando con un vaso, un dado y una cuantas monedas; de sus clavados que en realidad siempre fueron “planchazos”, de su forma brusca de nadar que nos hacía reír porque le decíamos que si pretendía vaciar la piscina…
"Tino me enseñó su amor por la música colombiana"
Cuando tenía 8 años empecé a coleccionar los recortes de las canciones que salían en periódicos como El Colombiano y El Mundo, circulaban los viernes y yo iba como una cita sagrada a la casa de Tino por esas páginas: era su hora de almuerzo y como una mandato de sangre, él hojeaba las noticias de la prensa e iba escuchando la actualidad deportiva.
Con el pasar de los años, descubrí en esos diarios separatas que circulaban a mitad de semana, el Suplemento Dominical o Palabra y Obra: ¡sin darme cuenta aprendí a leer la prensa gracias a su acto cotidiano! ¡Me empezó a interesar lo que pasaba en Colombia y el mundo en una época sin internet ni burbujas de la información! Pasadas las décadas, hablaba con Tino sobre temas de la política nacional o sobre las nuevas contrataciones del DIM y sin saberlo, así fue influyendo en mi elección para hoy ser periodista.
Así que gracias Tino por avivar el amor por “rojo de la montaña” y por llevarme al estadio; por las páginas de música de aquellos periódicos que atesoré con fervor para después recitarlas cual oración pegado al templo de un radio; por enseñarme el valor de familia compartiendo un sancocho mientras escuchábamos a Leonel Ospina, José Bedoya, Gildardo Montoya, Bernardo Sánchez y Los trovadores del recuerdo; por mostrarme la música colombiana; por darme pasajes para ir a estudiar...
Las navidades y los encuentros familiares ya no serán los mismos sin Tino, no solo por su ausencia física sino –sobre todo- porque esa música suena a él.
Hoy más que nunca me quiero tomar un aguardiente doble, porque ya nunca volveré a escuchar su voz carrasposa que me decía: “Santy, serví pues el arranque”.
El aguardientero, una de sus canciones favoritas.